martes, 3 de marzo de 2009

Poeta de Mirada Hueca


El poeta destilaba un olor a mortecina. Nunca supimos si era el producto del procesador de palabras que llevaba dentro, una especie de trapiche que mataba palabras al tiempo de darles vida, produciendo un alcohol extraño en su interior.
Para algunos fue un profeta de futuros imparciales, tanto le daba por pronosticar la extinción de los libros como afirmar que el porvenir tenía forma de páginas numeradas y textos literarios. Sin embargo, la mayoría no veía en él más que un indigente pintado en la pared que destilaba olor a muerte. Pero nosotros sabemos que él fue algo más. Más que profeta; más que pared intervenida. Sus ojos huecos hablaban, no tenía boca. Era el mejor mentiroso del mundo porque nunca pretendía decir la verad. Los versos falaces que salían de su mirada eran poemas épicos comprimidos en pocas líneas. No narraban, no describían, su lenguaje era capaz de fusionar la narración y la descripción... tal vez por eso lo condenaron al ostracismo de una pared en el centro de Bogotá, por atreverse a hablar con la mirada, a contar y describir por ella.