sábado, 31 de julio de 2010

El tigre de Armenia

No aguanté el empuje de la curiosidad cuando oí su nombre en boca de la funcionaria de extranjería: “Tigran Babayan... Por favor, el siguiente, Tigran Babayan...” Seré más preciso: me aguanté la curiosidad hasta el momento en que venía de vuelta de la ventanilla y pasó junto a mi (soy entrometido, nunca cultivé la contintencia relacional que me quiso enseñar el abuelo).

- Perdona, ¿te puedo hacer una pregunta?
- Sí, claro – en esa luz verde para satisfacer mi inquietud no supe confirmar el acento que sospechaba.
- ¿Eres turco?

Pasaron unas cuantas centésimas de segundo cargadas de agravio, un instante de dolor en la identidad, pero fue breve.

- No, no soy turco... soy armenio.

No conozco en profundidad la historia de su pueblo, pero sí lo suficiente como para saber que, en la segunda década del siglo XX, su pueblo fue víctima de un genocidio por parte del Estado turco.

- Y tu nombre – le pregunté, tratando de no sonar ridículo y enmendar mi error en la charla – ¿tiene algo que ver con el tigre?
- No, con el animal no. Con el río. El río Tigris, ¿sabes? El Tigris y el Éufrates.

La mnemotecnia que había utilizado para mis exámenes de geografía en bachillerato siempre había archivado esos dos ríos juntos (por ese entonces no sabía que a “los trucos de memoria” se les llama mnemotecnia). Pero aprobé la materia viendo mapas políticos, fronteras de Estados, y yo recordaba a estos dos ríos atravesando Irak, no naciendo o pasando por ese país pequeño llamado Armenia – la resonancia de ese nombre estaba ligada en mí a un lugar más próximo, en los Andes Colombianos: Armenia, la capital del departamento de Quindío (¿quién bautizó esta ciudad?).
Al ver que reconocía el río pero aún así seguía desorientado en su territorio, Tigran, mi interlocutor en la sala de espera de extranjería, acotó un poco las coordenadas:

- El Tigris nace en Armenia. Pero no en la Armenia de ahora, sino en el territorio en que antes vivió el pueblo armenio. Tigran está relacionado con Tigris, pero todo eso es muy complicado.
- Sí, complicado – dije, sin saber mucho sobre la complicación.

En ese momento la señora de la ventanilla convocó mi nombre al rigor burocrático y tuve que despedirme. “Arturo Cova Guataquira...”

- Bueno, adiós Tigran, me llaman.

Me levanté y le estreché la mano. Tengo claro que su nombre no tiene nada de felino, pero, así como a José Luís Rodríguez
le pueden decir El Puma y el hombre no ruge ni anda en cuatro patas, yo memoricé este encuentro como "el día en que conocí al tigre de Armenia". Cada quien que utilice los trucos para recordar que mejor le parezcan.

sábado, 17 de julio de 2010

El mundial, los premios y la justicia divina

A la sombra de un árbol grande y frondoso (cuando no es invierno y las hojas están allí) que en España llaman Platanero o Plátano, hay tres señoras mayores sentadas en un banco. Junto a ellas, de pie, apoyado en un bastón con mango dorado, un señor tan mayor como ellas capta su atención, gesticula con la mano que tiene libre y habla con tono grave.
“Ojo, que si ganan les darán 550 mil euros a cada uno.” Por si no habían escuchado la cifra con claridad, la repitió, más lento y más grave.
“Claro, como están tan pobres...” intervino una de las mujeres sentadas, también con un bastón, pero mucho más modesto que el del hombre. Detrás del mango, una cara de perro tallada en madera sobre la cual la señora apoyaba sus manos, tenía un aire de majestad con cetro.

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Esa noche ganaron. La selección española se hizo con la copa del mundo y las cadenas televisivas de los cinco continentes transmitieron la emoción de otra señora, a la que llaman reina y se llama Sofía, saltando en un palco para gente importante en un estadio de Johannesburgo. Según se dice en algunas líneas de periodismo deportivo, más tarde bajó a los camerinos queriendo felicitar a sus paladines pero se encontró torsos desnudos y en toalla y prefirió esperar otro momento para dar golpecitos de espalda.

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En el banco, mientras el clima lo permita, seguirán reuniéndose los viejos a hablar de la vida, de la muerte y la usura cotidiana, y algunos entre ellos y ellas podrán sentir al menos una venganza mínima por sus pensiones de vergüenza, en comparación con la opulencia de la monarquía – por gracia de Dios –, al tener la certeza que la señora esa que se llama Sofía y a la que le dicen reina nunca podrá sentarse en un banco bajo la sombra de un platanero en un día de verano a pie de calle en un barrio popular: su tercera edad quedará dulcemente podrida entre las marañas del protocolo real, bancos y plataneros reales. Una venganza divina.

lunes, 5 de julio de 2010

La avenida entre Rabat y Bogotá

Salí de por un momento de mi puesto de trabajo, crucé la avenida y entré a comprar un café con leche.

- ¡Hola colombiano!

- ¡Hola marroquina!

- Que, como llevas el calor.

- Pues sin problemas, allá hay aire acondicionado.

- Aquí también pero está muy suavecito.

Mientras me hacía el café con leche en un vaso de cartón, le pregunté:

- Oye, ¿de qué parte de Marruecos eres?

- De la capital...

- Ah, de Rabat.

Me miró con un gesto de sorpresa.

- ¿Y tú como sabes eso?

- Es que me interesan esas cosas. ¿Acaso tú no sabes cual es la capital de Colombia, trabajando con varias colombianas aquí?

- No... es que como a los latinos no les interesa lo nuestro y a los árabes no nos interesa lo de ustedes... pues no, no sé.

Su compañera, una mujer ecuatoriana un poco mayor que ella, dijo desde el otro extremo del mostrador:

- Bogotá.

- ¿Qué?

- Bogotá, esa es la capital de Colombia.

La chica de Rabat, mirándome desde el otro lado de la caja, me preguntó:

- ¿Y a ti por qué te interesan esas cosas?

- No sé por qué, simplemente me interesan. También me gustaría aprender árabe algún día.

Soltó una carcajada amplia y se ofreció como profesora:

- Si quieres, te vienes un día a mi casa y te cobro cien euros por dos horas de clase.

Volví a cruzar la avenida, esta vez en sentido inverso. Tal vez algún día pueda conversar en árabe, o tal vez el día que me muera seguiré sabiendo solo como saludar, dar las gracias y las buenas noches. De lo que no me cabe ninguna duda es que seguiré viviendo con inquietudes sobre el mundo, más allá de nosotros, más allá de la geografía política y sus caprichos.