lunes, 29 de marzo de 2010

El poeta y el gatillo

Sólo se oía la gota persistente que había logrado un pequeño charco en el sótano.

- ¿Por qué esa angustia frente a la pantalla?
- Porque es como un muro traicionero: promete luz pero trae en sus tripas la oscuridad de lo que no se acaba, la sombra de lo que no se puede abarcar.
- Hábleme claro, por favor, no estamos para delirios líricos.
- Nada más claro… las tripas de las pantallas son la reserva de contenidos que pueden mostrar. ¿Y en donde se acaban esos contenidos en un mundo internetizado?
- No se me valla por las ramas, en este computador no hay Internet… y yo solo le estoy pidiendo un poema.
- No me lo está pidiendo, me lo está exigiendo con un cañón en la nuca.
- Ah… entonces es esto. Pues vea, ya no lo tengo encañonado – pero no se las valla dar de avispa porque todavía tengo el fierro en la mano.
- Muy amable. Pero es que no puedo. Hace meses que me es imposible escribir en un teclado, frente a una pantalla.
- ¿De qué me vio cara, Poeta? Antes era el papel, la hoja vacía le daba pánico y necesitaba un computador. Se lo traje y se lo enchufé. Ahora dice que las pantallas lo angustian. Si parece casi alérgico al papel y los computadores, ¿cómo hizo para escribir los diez poemarios que lleva a cuestas?
- No es muy difícil de explicárselo. ¿Cómo hacen los escritores que se quedan ciegos?
- Tienen un secretario, un escribidor.
- Usted mismo se acaba de responder la pregunta: los diez poemarios no salieron de mi puño y letra, o de mis dedos sobre el teclado; brotaron de mi voz y se plasmaron en papel gracias a un secretario.

Fue entonces cuando el sicario ilustrado, ya impaciente, se ofreció para transcribir la Oda al Mesías que le iba a dictar el gran poeta. Fue entonces cuando el gran poeta aprovechó para coger la pistola de su secuestrador e invertir los papeles repartidos por el gatillo. El Mesías se quedó sin Oda y la gota del sótano siguió alimentando el charco.