martes, 3 de noviembre de 2009

Plusvalía y Balde

Una de las mujeres que limpian es ecuatoriana, de la sierra. Tiene rasgos indígenas, una sonriza amplia y un carácter alérgico a la seriedad que le genera carcajadas balsámicas a sus compañeras; no tendrá más de 25 años. Otra de las mujeres que limpian, también ecuatoriana, pero de Guayaquil, tiene rasgos mestizos y un temperamento fuerte más no hosco o agresivo; tiene dos hijas en su ciudad y hace poco pasó de los treinta.
La segunda de ellas se encarga de coordinar las tareas de limpieza en el hotel. Todas tienen una relación afable con uno de los recepcionistas, un muchacho colombiano en las segunda mitad de los veinte, introvertido en el día a día pero hablador con estas mujeres que le dan charla y rompen la monotonía de la jornada laboral de cara al público. El es criollo, o algo así; pasa por europeo, aunque hay gente que le dice que tiene cara de libanés o persa - alguien le dijo un día que parecía judío, comentario sin sentido pues éstos no tienen una cara sino un credo... como decir que tiene cara de cristiano, o de musulmán; fácil clasificar cuando se mira con clichés.
En una de sus charlas, recepcionista y mujeres de la limpieza se ponen a hacer cuentas: les pagan casi lo mismo a la hora. Él no se siente mal por esto, más bien le genera un sentimiento de solidaridad de clase con las mujeres - aunque su cuna sea burguesa, en el día a día muta la identidad. Ellas, por su parte, le hacen bromas y le coquetean a través de chistes sin compromiso, y denuestan con ligereza el nombre de los jefes. "¿Qué es eso?" Pregunta una de ellas. "Como hablar mal de alguien," responde él, y de paso, comienzan a hablar de la plusvalía.
Ellas no saben qué quiere decir; en cuanto a él, solo tiene nociones vagas de su significado, pero le bastan para decirles que "es la ganancia que se llevan los jefes por nuestro trabajo. Vean: el hotel le cobra diez a a los turistas por limpiar la habitación, a la empresa que las contrata le paga cinco y a ustedes su jefa les paga dos... es como la plata que se va quedando en el camino."
Y en el camino de la jornada siguen las bromas. Las ecuatorianas - la serrana y la guayaquileña - y el colombiano ahogarían a sus jefes en un balde de agua, solo por el placer de hacerlo, sin ganas de conquistar nada: ahogar por el gusto del ahogamiento y no por el deseo de ocupar el puesto del ahogado.
...

Por la tarde llega otro colombiano, también criollo, también trabajador. Él no hace bromas de ese tipo, cuando trabaja por las mañanas e interactúa con las mujeres que limpian, lo hace desde un pedestal ilusorio de superioridad por estar detrás de un computador. Sin verbalizarlo, no tiene con quien, sus pensamientos vagan al rededor de un "gracias empresa por darnos trabajo; gracias España por darnos salario".

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