sábado, 7 de noviembre de 2009

El Peche y su piel contintental


Las manos le sudan después de cada cigarrillo. Ahora los pega él, saca el cuero del librillo, le pone un poco de tabaco cargado de humedad (a veces le viene la imagen de un vello púbico), lo enrolla y lo lame con delicadeza antes de encenderlo. Antes no era así.
Antes fumaba cigarrillos sin filtro (aunque a los de enrollar tampoco les pone), ya armados y empacados. Un hombre de facciones angulosas y nariz aguileña con una corona de plumas presentaba el paquete. Encima: “pielroja”. También en cada uno de los cigarrillos, ovalados y con el papel dulzón, está impresa su imagen en una tinta azul ligero.
En ese antes, los pielroja comenzaban a salir de un segundo plano en el espacio tabacalero nacional. Una generación de jóvenes fumadores le daba ímpetus a ese producto autóctono. No solo por ser baratos – ni tampoco por proveer de papel de fumar a quienes se quisieran pegar un porro, un calillo, un barillo, un bareto, un cacho, o la palabra que se quiera para nombrar un cigarrillo de marihuana en ese país en donde los librillos de papel no estaban tan a la mano como un paquete de pielroja o uno de sus individuos sueltos, vendidos al detal en cualquier tienda de barrio o por los vendedores ambulantes. No solo por eso ni por su sabor: detrás del éxito del pielroja había también un componente simbólico, y eso lo pensó más tarde.
Más tarde. Ahora.
Antes de terminar su cigarrillo, recostado en un poste de una ciudad europea, él llega a ver a dos personas distintas vistiendo camisetas con el logo del pielroja; y los paseantes le dan para el recuerdo: un primo suyo, también colombiano, unos cuantos años menor que él, vino a visitarlo hace cuatro veranos y tenía dos camisetas así, una con fondo negro, blanco el de la otra. El primo éste no fuma – de hecho odia el tabaco – pero en los últimos años la imagen del pielroja se ha fundido en el colage de identidad nacional colombiana, y al primo éste le gusta desplegarla.
Ya tiró la colillita puntuda, las manos le comienzan a sudar, la imagen del indio le ronda la cabeza. Vuelve al trabajo preguntándose las causas de esa fama, el asenso del peche (mote familiar para el pielroja) a un estatus de ícono patrio. Y las respuestas le llueven desde lugares opuestos: que desde finales de los noventa la Philip Morris estaba moviendo hilos para valorizar al peche en el imaginario colectivo de los jóvenes fumadores y así tener una buena base consumidora al comprar coltabaco; o que eso es un absurdo, porque el imaginario colectivo no es algo tan maleable, y el peche se disparó hacia el cielo de la colombianidad porque pielroja no es indio gringo sino piel-roja, indio Americano, desde los Inuit hasta los Araucanos, substrato que resiste a ser tapado, ícono de resistencia… y así, entre respuestas contradictorias, el fumador vuelve con sus manos sudorosas a terminar su jornada.

2 comentarios:

  1. Oh, veo la página aumentada, hacía tiempo que no entraba y da gusto ver la creación. De hecho: hace poco estuve fumando unos pielroja de un amigo que estuvo acá de visita, de hecho: este amigo acá estuvo con amigos colombianos de su novio colombiano, qué enredo, de hecho: creo que estos amigos colombianos de su novio colombiano son amigos colombianos de este blog colombiano. Un nombre: Mateo. De hecho, veo que enlazaste la revista pliego suelto, hay un cuento mío en el último número. Qué enredos, Salute.

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