sábado, 17 de julio de 2010

El mundial, los premios y la justicia divina

A la sombra de un árbol grande y frondoso (cuando no es invierno y las hojas están allí) que en España llaman Platanero o Plátano, hay tres señoras mayores sentadas en un banco. Junto a ellas, de pie, apoyado en un bastón con mango dorado, un señor tan mayor como ellas capta su atención, gesticula con la mano que tiene libre y habla con tono grave.
“Ojo, que si ganan les darán 550 mil euros a cada uno.” Por si no habían escuchado la cifra con claridad, la repitió, más lento y más grave.
“Claro, como están tan pobres...” intervino una de las mujeres sentadas, también con un bastón, pero mucho más modesto que el del hombre. Detrás del mango, una cara de perro tallada en madera sobre la cual la señora apoyaba sus manos, tenía un aire de majestad con cetro.

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Esa noche ganaron. La selección española se hizo con la copa del mundo y las cadenas televisivas de los cinco continentes transmitieron la emoción de otra señora, a la que llaman reina y se llama Sofía, saltando en un palco para gente importante en un estadio de Johannesburgo. Según se dice en algunas líneas de periodismo deportivo, más tarde bajó a los camerinos queriendo felicitar a sus paladines pero se encontró torsos desnudos y en toalla y prefirió esperar otro momento para dar golpecitos de espalda.

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En el banco, mientras el clima lo permita, seguirán reuniéndose los viejos a hablar de la vida, de la muerte y la usura cotidiana, y algunos entre ellos y ellas podrán sentir al menos una venganza mínima por sus pensiones de vergüenza, en comparación con la opulencia de la monarquía – por gracia de Dios –, al tener la certeza que la señora esa que se llama Sofía y a la que le dicen reina nunca podrá sentarse en un banco bajo la sombra de un platanero en un día de verano a pie de calle en un barrio popular: su tercera edad quedará dulcemente podrida entre las marañas del protocolo real, bancos y plataneros reales. Una venganza divina.

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