lunes, 16 de noviembre de 2009

La aduana que hay por dentro

Pasó hace un buen tiempo, pero no lo suficiente como para quedar sepultada bajo todas anécdotas que he experimentado después.
Es un colmado, tienda de barrio en el centro de Barcelona regida por un hombre Paquistaní – por cierto, la contracción “paki” está cargada de menosprecio en contextos anglófonos; no es así en la capital catalana, en donde muchas tiendas de abastos de proximidad (llamadas colmados o badulaques) se nombran con ese gentilicio contraído por la supuesta proveniencia de sus dueños.
Volvamos a la tienda. Una mujer ecuatoriana, de Quito, y una colombiana, de Cali, están comprando cervezas: las sacan de las estanterías en la nevera, las llevan a la caja y pagan. El hombre detrás de la caja, oriundo del Punjab paquistaní, no las mira a los ojos ni cruza ninguna palabra más allá de la cifra que las mujeres tenían que pagar.
“En mi país la gente es mucho más amable en las tiendas… por lo menos saludan y sonríen y dan las gracias.” Quejándose de esta manera, la ecuatoriana recibe las vueltas y oye a su amiga responderle que “así son, qué se le va hacer mijita.”
El hombre detrás de la caja está calmado. Se levantó de su silla para recibir el dinero, a su lado un amigo sigue sentado, con la atención fija sobre la pantalla de un computador portátil. “Esto no es tu país… España no es su país…” Cuando el señor les está haciendo esta aclaración a las mujeres, un amigo de ellas entra a la tienda, las estaba esperando en la calle. Distingo su acento: es ecuatoriano también, pero no sabría ubicarle una ciudad: “esto tampoco es tu país, así que no vengas con estas," dice sacando su lata de la bolsa. Tras un ir y venir de réplicas sordas sobre la pertenencia, el grupo sale de la tienda y el señor de la caja vuelve a su silla a seguir viendo la comedia en urdu que estaba en pausa.
Pago mi barra de chocolate con unas monedas, las dejo encima del mostrador, es el precio exacto; el señor no se tiene que levantar ni interrumpir su risa. Una vez en la calle, masticando, sonrío por dentro al pensar en los orígenes, en las pertenencias enajenadas y los mecanismos toscos de la identidad: parece ser que lo que cobra relieve es lo que no se es, el lugar en donde no se está. Algún día, nostros, la diáspora humana, nos haremos cargo de demoler las fronteras… eso sí, solo si empezamos con las que llevamos dentro.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario